Corpus Christi

En la Eucaristía recibimos nuestro alimento
Este es mi cuerpo… Esta es mi sangre»
Marcos 14:22. 24
Corpus Christi
El Cuerpo y la Sangre de Cristo
La celebración del Corpus Christi nos invita a profundizar nuestra fe y nuestro compromiso en el Señor Jesús que está presente en la Eucaristía. La festividad del Corpus Christi fue instituída el 8 de septiembre de 1264 por el Papa Urbano IV.
Mientras comían, Jesús tomo el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: «Tomen, esto es mi Cuerpo». Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, y todos bebieron de ella. Y les dijo: «Esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos».
El Cuerpo y la Sangre sacramental del Señor nos remiten de inmediato a la humanidad sagrada de Jesús. Porque se manifestará siempre cercano frente a toda distancia, grato frente a toda ambigûedad, sanador frente a toda tristeza, amable frente a todo rechazo, accesible ante toda cerrazón. El Señor no dejará de ser nuestro Salvador.
La alianza que sella el Cuerpo y la Sangre del Señor es autentica experiencia de fe y compromiso personal y comunitario. Por eso Corpus Christi nos convoca a convertirnos en alimento que da vida, en luz que espanta tinieblas, en palabra que convoca al perdón y en ruta que abre paso a la comunión.
Que la alianza que sellamos en la Mesa de la Comunión nos comprometa a convertir los espacios, tiempos y lugares en auténticas Mesas de Salvación.
Preparativos para la cena pascual
El primer día de la fiesta de los panes Acimos, cuando se inmolaba la víctima pascual, los discípulos dijeron a Jesús: «¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la comida pascual?».
El envió a dos de sus discípulos, diciéndoles: «Vayan a la ciudad; allí se encontrarán con un hombre que lleva un cántaro de agua. Síganlo, y díganle al dueño de la casa donde entre: El Maestro dice: «¿Dónde está mi sala, en la que voy a comer el cordero pascual con mis discípulos?». El les mostrará en el piso alto una pieza grande, arreglada con almohadones y ya dispuesta; prepárennos allí lo necesario».
Los discípulos partieron y, al llegar a la ciudad, encontraron todo como Jesús les había dicho y prepararon la Pascua.
Institución de la Eucaristía
Mientras comían, Jesús tomo el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: «Tomen, esto es mi Cuerpo».
Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, y todos bebieron de ella. Y les dijo: «Esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos. Les aseguro que no beberá más del fruto de la vid hasta el día en que beba el vino nuevo en el Reino de Dios».
Después del canto de los Salmos, salieron hacia el monte de los Olivos.

Domingo de la Santísima Trinidad

Por el bautismo somos consagrados
al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo
«Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos,
bautizándolos en el nombre del Padre
y del Hijo y del Espíritu Santo»
Mateo 28:19
Domingo de la Santísima Trinidad
Cuando el Padre estaba creando, estaban también creando el Hijo y el Espíritu Santo. Cuando el Hijo estaba muriendo en la cruz, estaban también redimiendo el Padre y el Espíritu Santo. Cuando el Espíritu Santo está llenando de gracia a los hombres, están también santificando el Padre y el Hijo. Destaca uno, pero actúan los tres. Donde está uno, están los tres.
Los tres siguen actuando en la historia de la humanidad, y lo harán por toda la eternidad. La conversión que logre la Iglesia en esa historia que le es encomendada en el amor, debe desembocar en el bautismo, como lo manda Jesús: «Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo».
Son los tres los que estarán siempre presentes en esa historia de conversión y de salvación. No puede ser de otra manera, pues lo que estará presente será siempre el amor de Dios. Esa es su identidad más profunda. Es el Dios de amor el que nos salva. Es Él el que procura para nosotros el hacernos hombres nuevos, mediante la nueva creación a la que somete por amor a toda la creación surgida de sus manos.
Estamos en el Domingo de la Santísima Trinidad invitados a experimentar y testimoniar que somos amados por el Padre, hermanados y enviados por el Hijo y acompañados a la comunión, a la solidaridad y a la santidad por el Espíritu Santo para conformar en la tierra la Familia de Dios. Es decir, una Comunidad de Fe que ame sin medida como lo hace el Padre, que sane, perdone y envíe como hace Jesús, y que cuide y acompañe a las personas con la fuerza del Espíritu Santo.
Que la Santísima Trinidad nos mueva a una fe más comprometida,
Aparición en Galilea y misión universal
Los once discípulos fueron a Galilea, a la montaña donde Jesús los había citado. Al verlo, se postraron delante de el; sin embargo, algunos todavía dudaron.
Acercándose, Jesús les dijo: «Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo».

Domingo de Pentecontés

El Espíritu consolida
la obra de salvación de Jesús en el mundo
«Reciban al Espíritu Santo»
Juan 20:22
Domingo de Pentecontés
“Ven, Espíritu Santo,
llena los corazones de tus fieles
y enciende en ellos la llama de tu amor”
Pentecontés es en la Iglesia la inauguración de la nueva alianza entre Dios y su pueblo reunido en asamblea. El protagonista de esta nueva alianza es el Espíritu Santo que, como fuerza y presencia activa de Dios, inaugura la Comunidad de los Creyentes, la Iglesia, a la que Jesús enconmendó llevar a cabo la obra de la salvación.
El primer efecto del Espíritu es la alegría por la presencia y reconocimiento del Señor resucitado. Esta alegría transforma cerrazones, disipa miedos, unifica a la persona, la hace libre y dispnible. Abre a la novedad de Dios.
En Pentecontés, Jesús traspasa a sus hermanos la misión que Él ha recibido del Padre. Y la traspasa gracias a la confianza que crea y recrea la alianza entre los amigos en la fe. Una alianza que se concreta en actuaciones de generosidad y servicio.
Esta misión implica perdonar y retener. Es pues, la misión de sanar a la humanidad. El Espíritu que reciben los amigos de Jesús los habilita para responder con creatividad e inventiva ante el gran desafío del perdón que es el rostro más visible del amor.
Que el Espíritu Santo nos haga expertos en deshacer nudos y en romper cadenas, en abrir surcos y en arrojar semillas, en curar heridas y en mantener viva la esperanza.
Apariciones a los discípulos
Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: «¡La paz esté con ustedes!». Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor.
Jesús les dijo de nuevo: «¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes». Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió «Reciban al Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan».

Domingo de la Ascensión del Señor

Los enviados somos hoy nosotros
«Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación»
Marcos 16:15
Domingo de la Ascensión del Señor
Estamos en el Domingo de la Ascensión del Señor, Jesús asciende a la Casa del Padre y a los Discípulos (de ayer y de hoy) toca hacer caminos acompañados con la fortaleza del Espíritu Santo para ser testigos de Cristo. La Ascensión del Señor invita a hacer camino sin necesidad de la presencia física de Jesús, sino fiados en la amistad que hace del encuentro personal y comunitario con El.
«Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación.
El que crea y se bautice, se salvará»
El envío de Jesús continúa, lo que cambia son los enviados. Cada discípulo, al ser bautizado, recibe el envío de misión. En nuestros procesos de iniciación cristiana, el mandato misionero de Jesús está prácticaente ausente. Los bautizados, lo que reciben la primera eucaristía, los que se confirman, los adultos, no han asumido el envío misionero, como parte fundamental de su condición de discípulo de Jesús.
La celebración de la Ascensión nos remite al envío misionero de Jesús en el momento de su elevación al cielo. Nos remite también al momento en que entramos a formar parte de la comunidad de sus discípulos en el bautismo. Aunque no se nos dijo en ese momento: «Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación», por el hecho de ser bautizados nos incorporamos al inmenso número de los enviados.
La Ascensión de Jesús será también nuestra ascensión si nos hacemos acompañar por toda nuestra realidad. Nuestra cotidianidad será nuestro trampolín. No será un lastre. Al contrario será el impulso que necesitaremos para poder irrumpir gloriosamente también nosotros en las praderas del cielo.
Mandato misionero
Entonces les dijo: «Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará. Y estos prodigios acompañarán a los que crean: arrojarán a los demonios en mi Nombre y hablarán nuevas lenguas; podrán tomar a las serpientes con sus manos, y si beben un veneno mortal no les hará ningún daño; impondrán las manos sobre los enfermos y los curarán».
Ascención del Señor
Después de decirles esto, el Señor Jesús fue llevado al cielo y está sentado a la derecha de Dios. Ellos fueron a predicar por todas partes, y el Señor los asistía y confirmaba su palabra con los milagros que la acompañaban.

Domingo de la Divina Misericordia

La fe que vence al mundo
«Reciban al Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados
a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos
a los que ustedes se los retengan»
Juan 20:22-23
Domingo de la Divina Misericordia
En este segundo domingo de Pascua, Fiesta de la Divina Misericordia, el Evangelio de Juan presenta dos situaciones que afectan la fe y la vida de comunidad. Por un lado el miedo de los discípulos que los lleva al ocultamiento, y por otro, la autosuficiencia que sólo se fia de lo comprobado por sí mismo tal como sucede a Tomás, uno de los doce, que no cree que Jesús Resucitado se ha aparecido a sus compañeros.
A los discípulos encerrados por el miedo, por todo tipo de miedo, Jesús les da el Espíritu Santo y los pone ante el gran desafío de lanzarse a perdonar pecadores, de ir a reconciliar. Y no puede ser de otro modo, porque sólo a fuerza de perdón y reconciliación es como salen las personas de sus parálisis.
Y a Tomás, quien debía tener cierto liderazgo en el grupo, el Señor también lo desafía diciéndole: ven y comprueba mis marcas y empieza a creer. Es decir, aprende a fiarte, cree en lo que viven y comunican los compañeros, y así serás creyente, así comenzarás a tener fe.
En este día estamos celebrando el Domingo de la Divina Misericordia. Esta devoción se fue propagando por medio del diario de la monja polaca santa Faustina Kowalska, conocida como Apóstol de la Misericordia, y fue San Juan Pablo II, al canonizarla santa Faustina el 30 de abril del 2000, quien proclamó la fiesta de la Divina Misericordia, a celebrarse todos los años el segundo domingo de Pascua.
Dios es infinitamente Misericordioso, pero tambien infinitamente Justo. Su Justicia y su Misericordia van juntas. Pero a través de esta Santa de nuestro tiempo nos hace saber que por el momento, para nosotros, tiene detenida su Justicia para dar paso a su Misericordia.
Apariciones a los discípulos
Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: «¡La paz esté con ustedes!». Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado.
Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: «¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes».
Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió «Reciban al Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan».
Jesús y Tomás
Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús. Los otros discípulos le dijeron: «¡Hemos visto al Señor!». El les respondió: «Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré».
Ocho días más tarde, estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo: «¡La paz esté con ustedes!».
Luego dijo a Tomás: «Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: Métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe». Tomás respondió: «¡Señor mío y Dios mío!». Jesús le dijo: «Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!».
Finalidad del evangelio
Jesús realizó además muchos otros signos en presencia de sus discípulos, que no se encuentran relatados en este Libro. Estos han sido escritos para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y creyendo, tengan Vida en su Nombre.