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Domingo de Pentecontés

El Espíritu consolida
la obra de salvación de Jesús en el mundo
«Reciban al Espíritu Santo»
Juan 20:22
Domingo de Pentecontés
“Ven, Espíritu Santo,
llena los corazones de tus fieles
y enciende en ellos la llama de tu amor”
Pentecontés es en la Iglesia la inauguración de la nueva alianza entre Dios y su pueblo reunido en asamblea. El protagonista de esta nueva alianza es el Espíritu Santo que, como fuerza y presencia activa de Dios, inaugura la Comunidad de los Creyentes, la Iglesia, a la que Jesús enconmendó llevar a cabo la obra de la salvación.
El primer efecto del Espíritu es la alegría por la presencia y reconocimiento del Señor resucitado. Esta alegría transforma cerrazones, disipa miedos, unifica a la persona, la hace libre y dispnible. Abre a la novedad de Dios.
En Pentecontés, Jesús traspasa a sus hermanos la misión que Él ha recibido del Padre. Y la traspasa gracias a la confianza que crea y recrea la alianza entre los amigos en la fe. Una alianza que se concreta en actuaciones de generosidad y servicio.
Esta misión implica perdonar y retener. Es pues, la misión de sanar a la humanidad. El Espíritu que reciben los amigos de Jesús los habilita para responder con creatividad e inventiva ante el gran desafío del perdón que es el rostro más visible del amor.
Que el Espíritu Santo nos haga expertos en deshacer nudos y en romper cadenas, en abrir surcos y en arrojar semillas, en curar heridas y en mantener viva la esperanza.
Apariciones a los discípulos
Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: «¡La paz esté con ustedes!». Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor.
Jesús les dijo de nuevo: «¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes». Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió «Reciban al Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan».

Domingo de la Divina Misericordia

La fe que vence al mundo
«Reciban al Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados
a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos
a los que ustedes se los retengan»
Juan 20:22-23
Domingo de la Divina Misericordia
En este segundo domingo de Pascua, Fiesta de la Divina Misericordia, el Evangelio de Juan presenta dos situaciones que afectan la fe y la vida de comunidad. Por un lado el miedo de los discípulos que los lleva al ocultamiento, y por otro, la autosuficiencia que sólo se fia de lo comprobado por sí mismo tal como sucede a Tomás, uno de los doce, que no cree que Jesús Resucitado se ha aparecido a sus compañeros.
A los discípulos encerrados por el miedo, por todo tipo de miedo, Jesús les da el Espíritu Santo y los pone ante el gran desafío de lanzarse a perdonar pecadores, de ir a reconciliar. Y no puede ser de otro modo, porque sólo a fuerza de perdón y reconciliación es como salen las personas de sus parálisis.
Y a Tomás, quien debía tener cierto liderazgo en el grupo, el Señor también lo desafía diciéndole: ven y comprueba mis marcas y empieza a creer. Es decir, aprende a fiarte, cree en lo que viven y comunican los compañeros, y así serás creyente, así comenzarás a tener fe.
En este día estamos celebrando el Domingo de la Divina Misericordia. Esta devoción se fue propagando por medio del diario de la monja polaca santa Faustina Kowalska, conocida como Apóstol de la Misericordia, y fue San Juan Pablo II, al canonizarla santa Faustina el 30 de abril del 2000, quien proclamó la fiesta de la Divina Misericordia, a celebrarse todos los años el segundo domingo de Pascua.
Dios es infinitamente Misericordioso, pero tambien infinitamente Justo. Su Justicia y su Misericordia van juntas. Pero a través de esta Santa de nuestro tiempo nos hace saber que por el momento, para nosotros, tiene detenida su Justicia para dar paso a su Misericordia.
Apariciones a los discípulos
Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: «¡La paz esté con ustedes!». Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado.
Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: «¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes».
Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió «Reciban al Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan».
Jesús y Tomás
Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús. Los otros discípulos le dijeron: «¡Hemos visto al Señor!». El les respondió: «Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré».
Ocho días más tarde, estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo: «¡La paz esté con ustedes!».
Luego dijo a Tomás: «Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: Métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe». Tomás respondió: «¡Señor mío y Dios mío!». Jesús le dijo: «Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!».
Finalidad del evangelio
Jesús realizó además muchos otros signos en presencia de sus discípulos, que no se encuentran relatados en este Libro. Estos han sido escritos para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y creyendo, tengan Vida en su Nombre.

Domingo de Resurrección

¡Cristo ha resucitado!
«él debía resucitar de entre los muertos»
Juan 20:9
Domingo de Resurrección
Estamos en el primer domingo de Resurrección y la Palabra de Dios nos invita a una fe arraigada en la experiencia del Resucitado.
No fue la fe de los discípulos la que fundó la realidad de la resurrección, sino la realidad del Resucitado la que fundó la fe. Una fe que hunde sus raíces en la amistad personal y comunitaria con Dios y en la que nos descubrimos hijos amados. Esta relación de hijos sólo se da a partir de nuestra unión personal con Jesús, que es el rostro visible de Dios Padre.
Crecer en la fe equivale a un camino progresivo de asimilación de la vida de Jesús, es decir, conocerlo hasta llegar a ser su amigo personal y su testigo. En esta amistad y testimonio se descubre el alcance del amor, la grandeza del perdón y la fuerza de la misericordia. Porque el único ámbito en el que progresamos en la fe es en el «amor desinteresado».
A la luz de la vida de Jesús, el crecimiento en la fe no sigue una línea de ascenso (hacia arriba), que es lo propio y distintivo del amor. Crecer y madurar es ir hacia abajo, es humildad y sencillez.
Que la experiencia del Resucitado nos coloque cada día de cara a la misión de comunicar sin miedo ni reservas, la fe, la libertad y la esperanza que nos funda.
¡Cristo ha resucitado!
¡Aleluya!
El sepulcro vacío
El primer día de la semana, de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro y vio que la piedra había sido sacada.
Corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro discípulo al que Jesús amaba, y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto». Pedro y el otro discípulo salieron y fueron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió más rápidamente que Pedro y llegó antes.
Asomándose al sepulcro, vio las vendas en el suelo, aunque no entró. Después llegó Simón Pedro, que lo seguía, y entró en el sepulcro; vio las vendas en el suelo, y también el sudario que había cubierto su cabeza; este no estaba con las vendas, sino enrollado en un lugar aparte.
Luego entró el otro discípulo, que había llegado antes al sepulcro: él también vio y creyó. Todavía no habían comprendido que, según la Escritura, él debía resucitar de entre los muertos.

Triduo Pascual

Triduo Pascual
Es el momento más importante de la Semana Santa compuesto por los días
Jueves Santo, Viernes Santo y Sábado Santo (Vigilia Pascual)
en víspera del Domingo de Pascua, con el fin de revivir la alegría
por la resurrección de Jesucristo.
Jueves Santo
«Les he dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes»
Juan 13:15
Cena del Señor
El Jueves Santo es el primer día del Triduo Pascual. Pascua significa paso liberador de Dios: paso de la muerte a la vida. Conmemoramos hoy la institución de la Eucaristía; (se consagran los óleos para diversos sacramentos); el día del Sacerdocio; y la entrega generosa por el servicio. Es, pues, el día de una eclesialidad que se concreta en el amor generoso, la amistad en la fe y el servicio desinteresado.
Jesús no quiso ser servido sino convertirse en el servidor de todos. Un servidor que es capaz de abajarse a cualquier situación humana por desdichada que sea para elevar, no a rangos o posiciones, sino a la dignidad de hermano.
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Jesús lava los pies a sus discípulos
Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, él, que había amado a los suyos que quedaban en el mundo, los amó hasta el fin.
Durante la Cena, cuando el demonio ya había inspirado a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarlo, sabiendo Jesús que el Padre había puesto todo en sus manos y que él había venido de Dios y volvía a Dios, se levantó de la mesa, se sacó el manto y tomando una toalla se la ató a la cintura. Luego echó agua en un recipiente y empezó a lavar los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que tenía en la cintura.
Cuando se acercó a Simón Pedro, este le dijo: «¿Tú, Señor, me vas a lavar los pies a mí?». Jesús le respondió: «No puedes comprender ahora lo que estoy haciendo, pero después lo comprenderás». «No, le dijo Pedro, ¡tú jamás me lavarás los pies a mí!». Jesús le respondió: «Si yo no te lavo, no podrás compartir mi suerte». «Entonces, Señor, le dijo Simón Pedro, s¡no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza!».
Jesús le dijo: «El que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque está completamente limpio. Ustedes también están limpios, aunque no todos». El sabía quién lo iba a entregar, y por eso había dicho: «No todos ustedes están limpios».
Después de haberles lavado los pies, se puso el manto, volvió a la mesa y les dijo: «¿comprenden lo que acabo de hacer con ustedes? Ustedes me llaman Maestro y Señor, y tienen razón, porque lo soy. Si yo, que soy el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros. Les he dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes».
Viernes Santo
«E inclinando la cabeza, entregó su espíritu»
Juan 19:30
Pasión del Señor
El Viernes Santo nos invita a considerar y reflexionar los padecimientos de Cristo y a experimentar desde muy adentro la libertad, la generosidad y la obediencia que movieron a Jesús a dar su vida por la Salvación de todos.
En la medida en que Jesús ha vivido esta abismal miseria en toda la hondura de su condición humana y divina, ha cargado real y físicamente con el pecado de la humanidad. Ha bebido el cáliz del dolor hasta lo último, para dar a gustar a los hombres y mujeres el cáliz de la salvación.
La Pasión de Cristo nos invita a un triple discernimiento:
1) Discernir si la cruz me purifica de los desórdenes y del egoísmo para poder amar cada vez más desinteresadamente a los demás.
2) Discernir la parte de cruz que nos toca, sin amarguras ni resentimientos.
3) Discernir mi disposición a perdonar y amar con los mismos sentimientos de Jesús después de los confictos.
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Prendimiento de Jesús
Después de haber dicho esto, Jesús fue con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón. Había en ese lugar una huerta y allí entró con ellos. Judas, el traidor, también conocía el lugar porque Jesús y sus discípulos se reunían allí con frecuencia. Entonces Judas, al frente de un destacamento de soldados y de los guardias designados por los sumos sacerdotes y los fariseos, llegó allí con faroles, antorchas y armas.
Jesús, sabiendo todo lo que le iba a suceder, se adelantó y les preguntó: «¿A quién buscan?». A Jesús, el Nazareno. El les dijo: «Soy yo». Judas el que lo entregaba estaba con ellos. Cuando Jesús les dijo: «Soy yo», ellos retrocedieron y cayeron en tierra. Les preguntó nuevamente: «¿A quién buscan?». Le dijeron: «A Jesús, el Nazareno». Jesús repitió: «Ya les dije que soy yo. Si es a mí a quien buscan, dejan que estos se vayan».
Así debía cumplirse la palabra que él había dicho: «No he perdido a ninguno de los que me confiaste». Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al servidor del Sumo Sacerdote, cortándole la oreja derecha. El servidor se llamaba Malco. Jesús dijo a Simón Pedro: «Envaina tu espada. ¿Acaso no beberé el cáliz que me ha dado el Padre?
Jesús ante Anas y Caifás. Negaciones de Pedro
El destacamento de soldados, con el tribuno y los guardias judíos, se apoderaron de Jesús y lo ataron. Lo llevaron primero ante Anás, porque era suegro de Caifás, Sumo Sacerdote aquel año. Caifás era el que había aconsejado a los judíos: «Es preferible que un solo hombre muera por el pueblo».
Entre tanto, Simón Pedro, acompañado de otro discípulo, seguía a Jesús. Este discípulo, que era conocido del Sumo Sacerdote, entró con Jesús en el patio del Pontífice, mientras Pedro permanecía afuera, en la puerta. El otro discípulo, el que era conocido del Sumo Sacerdote, salió, habló a la portera e hizo entrar a Pedro. La portera dijo entonces a Pedro: «¿No eres tú también uno de los discípulos de ese hombre?». El le respondió: «No lo soy». Los servidores y los guardias se calentaban junto al fuego, que habían encendido porque hacía frío. Pedro también estaba con ellos, junto al fuego.
El Sumo Sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de su enseñanza. Jesús le respondió: «He hablado abiertamente al mundo; siempre enseñé en la sinagoga y en el Templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada en secreto. ¿Por qué me interrogas a mí? Pregunta a los que me han oído qué les enseñé. Ellos saben bien lo que he dicho». Apenas Jesús dijo esto, uno de los guardias allí presentes le dio una bofetada, diciéndole: «¿Así respondes al Sumo Sacerdote?». Jesús le respondió: «Si he hablado mal, muestra en qué ha sido; pero se he hablado bien, ¿por qué me pegas?
Entonces Anás lo envió atado ante el Sumo Sacerdote Caifás. Simón Pedro permanecía junto al fuego. Los que estaban con él le dijeron: «¿No eres tú también uno de sus discípulos?». El lo negó y dijo: «No lo soy». Uno de los servidores del Sumo Sacerdote, pariente de aquel al que Pedro había cortado la oreja, insistió: «¿Acaso no te vi con él en la huerta?». Pedro volvió a negarlo, y en seguida cantó el gallo.
Jesús ante Pilato
Desde la casa de Caifás llevaron a Jesús al pretorio. Era de madrugada. Pero ellos no entraron en el pretorio, para no contaminarse y poder así participar en la comida de Pascua. Pilato salió adonde estaban ellos y les preguntó: «¿Qué acusación traen contra este hombre?». Ellos respondieron: «Si no fuera un malhechor, no te lo hubiéramos entregado». Pilato les dijo: «Tómenlo y júzguenlo ustedes mismos, según la ley que tienen». Los judíos le dijeron: «A nosotros no nos está permitido dar muerte a nadie».
Así debía cumplirse lo que había dicho Jesús cuando indicó cómo iba a morir. Pilato volvió a entrar en el pretorio, llamó a Jesús y le preguntó: «¿Eres tú el rey de los judíos?». Jesús le respondió: «¿Dices esto por ti mismo u otros te lo han dicho de mí?». Pilato explicó: «¿Acaso yo soy judío? Tus compatriotas y los sumos sacerdotes te han puesto en mis manos. ¿Qué es lo que has hecho». Jesús respondió: «Mi realeza no es de este mundo. Si mi realeza fuera de este mundo, los que están a mi servicio habrían combatido para que yo no fuera entregado a los judíos. Pero mi realeza no es de aquí».
Pilato le dijo: «¿Entonces tú eres rey». Jesús respondió: «Tú lo dices: yo soy rey. Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad, escucha mi voz». Pilato le preguntó: «¿Qué es la verdad?». Al decir esto, salió nuevamente a donde estaban los judíos y les dijo: «Yo no encuentro en él ningún motivo para condenarlo. Y ya que ustedes tienen la costumbre de que ponga en libertad a alguien, en ocasión de la Pascua, ¿quieren que suelte al rey de los judíos?». Ellos comenzaron a gritar, diciendo: «¡A él no, a Barrabás!». Barrabás era un bandido.
Pilato mandó entonces azotar a Jesús. Los soldados tejieron una corona de espinas y se la pusieron sobre la cabeza. Lo revistieron con un manto rojo, y acercándose, le decían: «¡Salud, rey de los judíos!», y lo abofeteaban. Pilato volvió a salir y les dijo: «Miren, lo traigo afuera para que sepan que no encuentro en él ningún motivo de condena». Jesús salió, llevando la corona de espinas y el manto rojo. Pilato les dijo: «¡Aquí tienen al hombre!». Cuando los sumos sacerdotes y los guardias lo vieron, gritaron: «¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!». Pilato les dijo: «Tómenlo ustedes y crucifíquenlo. Yo no encuentro en él ningún motivo para condenarlo».
Los judíos respondieron: «Nosotros tenemos una Ley, y según esa Ley debe morir porque él pretende ser Hijo de Dios». Al oír estas palabras, Pilato se alarmó más todavía. Volvió a entrar en el pretorio y preguntó a Jesús: «¿De dónde eres tú?». Pero Jesús no lo respondió nada. Pilato le dijo: «¿No quieres hablarme? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y también para crucificarte?». Jesús le respondió: «Tú no tendrías sobre mí ninguna autoridad, si no la hubieras recibido de lo alto. Por eso, el que me ha entregado a ti ha cometido un pecado más grave».
Condena a muerte
>Desde ese momento, Pilato trataba de ponerlo en libertad. Pero los judíos gritaban: «Si lo sueltas, no eres amigo del César, porque el que se hace rey se opone al César». Al oír esto, Pilato sacó afuera a Jesús y lo hizo sentar sobre un estrado, en el lugar llamado «el Empedrado», en hebreo, «Gábata». Era el día de la Preparación de la Pascua, alrededor del mediodía. Pilato dijo a los judíos: «Aquí tienen a su rey». Ellos vociferaban: «¡Que muera! ¡Que muera! ¡Crucifícalo!». Pilato les dijo: «¿Voy a crucificar a su rey?». Los sumos sacerdotes respondieron: «No tenemos otro rey que el César». Entonces Pilato se lo entregó para que lo crucifiquen,
La crucificción
y ellos se lo llevaron. Jesús, cargando sobre sí la cruz, salió de la ciudad para dirigirse al lugar llamado «del Cráneo», en hebreo «Gólgota». Allí lo crucificaron; y con él a otros dos, uno a cada lado y Jesús en el medio. Pilato redactó una inscripción que decía: «Jesús el Nazareno, rey de los judíos», y la hizo poner sobre la cruz. Muchos judíos leyeron esta inscripción, porque el lugar donde Jesús fue crucificado quedaba cerca de la ciudad y la inscripción estaba en hebreo, latín y griego. Los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato: «No escribas: «El rey de los judíos». sino: «Este ha dicho: Yo soy el rey de los judíos»». Pilato respondió: «Lo escrito, escrito está».
Reparto de los vestidos
Después que los soldados crucificaron a Jesús, tomaron sus vestiduras y las dividieron en cuatro partes, una para cada uno. Tomaron también la túnica, y como no tenía costura, porque estaba hecha de una sola pieza de arriba abajo, se dijeron entre sí: «No la rompamos. Vamos a sortearla, para ver a quién le toca.» Así se cumplió la Escritura que dice: Se repartieron mis vestiduras y sortearon mi túnica. Esto fue lo que hicieron los soldados.
Jesús y su madre
Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien el amaba, Jesús le dijo: «Mujer, aquí tienes a tu hijo». Luego dijo al discípulo: «Aquí tienes a tu madre». Y desde aquel momento, el discípulo la recibió en su casa.
Muerte de Jesús
Después, sabiendo que ya todo estaba cumplido, y para que la Escritura se cumpliera hasta el final, Jesús dijo: Tengo sed. Había allí un recipiente lleno de vinagre; empaparon en él una esponja, la ataron a una rama de hisopo y se la acercaron a la boca. Después de beber el vinagre, dijo Jesús: «Todo se ha cumplido». E inclinando la cabeza, entregó su espíritu.
La lanzada
>Era el día de la Preparación de la Pascua. Los judíos pidieron a Pilato que hiciera quebrar las piernas de los crucificados y mandara retirar sus cuerpos, para que no quedaran en la cruz durante el sábado, porque ese sábado era muy solemne. Los soldados fueron y quebraron las piernas a los dos que habían sido crucificados con Jesús. Cuando llegaron a él, al ver que ya estaba muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó el costado con la lanza, y en seguida brotó sangre y agua. El que vio esto lo atestigua: su testimonio es verdadero y él sabe que dice la verdad, para que también ustedes crean. Esto sucedió para que se cumpliera la Escritura que dice: «No le quebrarán ninguno de sus huesos». Y otro pasaje de la Escritura, dice: «Verán al que ellos mismos traspasaron».
La sepultura
Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús –pero secretamente, por temor a los judíos– pidió autorización a Pilato para retirar el cuerpo de Jesús. Pilato se la concedió, y él fue a retirarlo. Fue también Nicodemo, el mismo que anteriormente había ido a verlo de noche, y trajo una mezcla de mirra y áloe, que pesaba unos treinta kilos. Tomaron entonces el cuerpo de Jesús y lo envolvieron con vendas, agregándole la mezcla de perfumes, según la costumbre de sepultar que tienen los judíos. En el lugar donde lo crucificaron había una huerta y en ella, una tumba nueva, en la que todavía nadie había sido sepultado. Como era para los judíos el día de la Preparación y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús.
Sábado Santo
«Ha resucitado, no está aquí»
Marcos 16:6
Vigilia Pascual
La Resurrección de Jesucristo es el acontecimento más denso y profundo de nuestra fe. Jesús vence la muerte. Nada hay en la vida del cristiano que no encuentre plenamente su sentido y significdo en el Resucitado.
Como dice el Pregón Pascual: Esta es la noche, en que por toda la tierra, los que confiesan su fe en Cristo son arrancados de los vicios del mundo y de la oscuridad del pecado; son restituidos a la gracia y son agregados a los santos. Esta es la noche, en que rotas las cadenas de la muerte, Cristo asciende victorioso del abismo.
La Resurrección no es la vivencia afectiva del triunfo sino la manifestación gozosa de la vida. Que en esta Pascua nos atrevamos a un amor y a una vida, como la de Jesús, curtida en una moral literalmente más fuerte que la muerte.
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El sepulcro vacío. Mensaje del ángel
Pasado el sábado, María Magdalena, María, la madre de Santiago, y Salomé compraron perfumes para ungir el cuerpo de Jesús.
A la madrugada del primer día de la semana, cuando salía el sol, fueron al sepulcro. Y decían entre ellas: «¿Quién nos correrá la piedra de la entrada del sepulcro?» Pero al mirar, vieron que la piedra había sido corrida; era una piedra muy grande.
Al entrar al sepulcro, vieron a un joven sentado a la derecha, vestido con una túnica blanca. Ellas quedaron sorprendidas. pero él les dijo: «No teman. Ustedes buscan a Jesús de Nazaret, el Crucificado. Ha resucitado, no está aquí. Miren el lugar donde lo habían puesto. Vayan ahora a decir a sus discípulos y a Pedro que él irá antes que ustedes a Galilea; allí lo verán, como él se lo había dicho».

Morir para vivir

El que quiera servirme que me siga
«Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser glorificado»
Juan 12:23
Morir para vivir
Jesús se acerca el tiempo de tu «hora» y sientes angustia y gozo, porque ves en ella dolor y gloria a la vez. Ayúdame a compenetrarme en tus sentimientos y en tu visión, para que sea capaz de experimentar tu «hora» en mi corazón.
Hablas de tu «hora» como el grano de trigo que muere en la tierra para germinar en espiga, porque sabes que al morir no sólo no caerás en el olvido, sino que darás más vida. Es la hora de tu triunfo, porque tuviste que morir para vencer la muerte con tu resurrección y someter al Adversario que tiraniza al mundo, al tiempo que lleno de gloria junto al Padre atraes hacia ti todo cuanto existe.
Tú nos muestras cómo, muriendo, adquirimos la vida. ¡Qué grande es la muerte desde esta perspectiva!. Pero no se trata sólo de morir al final de la vida, sino como tú, morir día a día a los contravalores del reino, al egoísmo y la mentira, a la falsedad y la pasividad, al dominio de ideologías y las personas sobre nosotros.
Lléname de tu amor para que sepa morir como tú. Hazme ver qué clase de actitudes, sentimientos, deseos o acciones quieres que «muera», y fortaléceme para que tenga el valor de dejar lo que me impide amar y dar frutos de vida eterna contigo.
Jesús anuncia su glorificación por la muerte
Entre los que había subido para adorar durante la fiesta, había unos griegos que se acercaron a Felipe, el de Betsaida de Galilea, y le dijeron: «Señor, queremos ver a Jesús». Felipe fue a decírselo a Andrés, y ambos se lo dijeron a Jesús.
El les respondió: «Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser glorificado. Les aseguro que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto. El que tiene apego a su vida la perderá; y el que no está apegado a su vida en este mundo, la conservará para la Vida eterna. El que quiera servirme que me siga, y donde yo esté, estará también mi servidor. El que quiera servirme, será honrado por mi Padre. Mi alma ahora está turbada, ¿Y qué diré: «Padre, líbrame de esta hora? ¡Sí, para eso he llegado a esta hora! ¡Padre, glorifica tu Nombre!».
Entonces se oyó una voz del cielo: «Ya lo he glorificado y lo volveré a glorificar». La multitud que estaba presente y oyó estas palabras, pensaba que era un trueno. Otros decían: «Le ha hablado un ángel». Jesús respondió: «Esta voz no se oyó por mí, sino por ustedes. Ahora ha llegado el juicio de este mundo, ahora el Príncipe de este mundo será arrojado afuera; y cuando yo sea levantado en alto sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí». Jesús decía esto para indicar cómo iba a morir.